Escrito por: Elsie Paulina Barrientos
Japón y México son países a cada extremo del Pacífico que tienen históricamente muchas similitudes. La historia de amistad entre México y Japón es larga, y ha superado las adversidades, iniciando a finales del siglo XVI.
Después de que México y Japón atravesaran fases de industrialización y cambios económicos durante el Porfiriato y la Restauración Meiji, respectivamente, ambos países reconocieron las similitudes que existían entre ellos y admiraban, de manera recíproca, el potencial de su capacidad acelerada de desarrollo aún después de tantos años de no haber figurado en el mapa internacional como países poderosos o influyentes por su condición de colonia y la situación de aislamiento. Así mismo, veían en el otro una oportunidad geoestratégica para establecer relaciones al otro lado del Pacífico; ambos países buscaban de manera enérgica su reconocimiento, de tal modo que éste les trajera prestigio con el fin de competir o negociar en los mismos términos con Europa y Estados Unidos.
Es así que, tras la toma de distintas decisiones internas, en 1854 Japón decidió poner fin a su política de aislamiento. Para la década de 1870, tanto México como Japón desean acercarse el uno al otro en esta nueva etapa de su desarrollo. Sin embargo, no se conoce mucho al respecto de estos países en los hemisferios contrarios del globo y no hay certeza de la mejor ruta para establecer estas nuevas relaciones. En 1874, el astrónomo Francisco Díaz Covarrubias, se trasladó a Yokohama para observar la ruta de Venus por el disco del Sol con su equipo de colaboradores, entre los que se encontraba Manuel Fernández Leal, ingeniero y político mexicano. Así mismo, el japonés Hatsutaro visitó México tiempo después de que éste lograra su independencia. Tanto Covarrubias como Hatsutaro hicieron grandes avances en la relación bilateral de México y Japón al describir en sus viajes aspectos que hasta ese entonces no eran del todo conocidos como la cultura, los paisajes y la vida diaria de cada uno de los lugares que visitaron. Consecuentemente, en ambos países surgió un mutuo interés de estrechar relaciones diplomáticas y comerciales pues representarían una nueva unión entre oriente y occidente ya que ahora buscarían entablar una amistad sin la intervención europea que se había dado en la antigüedad.
Tal interés se materializó con el envío de agentes consulares a puertos japoneses y con la presentación de algunas propuestas de proyectos, como el establecimiento de una línea de navegación directa entre México y Asia a través de la Compañía Mexicana de Vapores del Pacífico. Sin embargo, tal empresa mexicana de transporte y comercio sufrió de problemas legales y administrativos en Japón. Este y otros planes comenzaron a verse entorpecidos, por lo que México consideró que establecer una embajada y firmar un tratado con dicho país facilitaría las relaciones comerciales y garantizaría el bien de los connacionales en el extranjero. Tal propuesta se vio limitada debido a que Japón, aunque compartía el interés, pidió a México aguardar a que se solucionara la problemática de los tratados desiguales firmados con las potencias occidentales en años anteriores.
Para 1882, Japón seguía sin resolver el asunto de los tratados desiguales, a pesar de que el Ministro del Exterior, Inoue, negoció con los representantes extranjeros. Con el objeto de concretar un tratado basado en términos de igualdad y reciprocidad, se necesitaba renunciar a la cláusula de la “nación más favorecida” y prescindir de las ventajas de la jurisdicción extraterritorial, pues de esta forma Japón tendría un precedente que respaldara la denuncia de los tratados desiguales y México fue un actor clave para lograrlo pues no contaba, en esos momentos, con ciudadanos en Japón que pudieran quedar en situación menos privilegiada que los de otras naciones, por lo que la Secretaría de Relaciones Exteriores aprobó la concreción del tratado (s.d, 2018).
En 1884, tras verse en la necesidad de mano de obra con conocimientos técnicos, México promovió la inmigración europea y asiática. Fue así como comenzaron las primeras migraciones de Japón a México con el objetivo de poblar, comprar tierras y trabajarlas; se pensó construir un ferrocarril en el Istmo con el objetivo de facilitar el comercio con los buques de las empresas de vapores que arribarían desde Japón, sin embargo, el ferrocarril no logró ser finalizado hasta varios años después por problemas en la construcción.
Finalmente, en noviembre de 1888, México y Japón firmaron el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, el cual sería el primero entre un país de América Latina y de los más importantes de Asia. Su vital importancia se debe a que también fue el primero que Japón firmaba con otra nación bajo términos de igualdad y con él, Japón podría reclamar a las potencias occidentales un trato justo y equitativo. Con tal concreción, ambas naciones se otorgaban mutuo reconocimiento y prestigio a nivel internacional. Como agradecimiento de tan importante acción, Japón le asignó a México un espacio amplio y privilegiado en la ciudad de Tokio para establecer su embajada y se realizó el intercambio diplomático de ministros y el nombramiento de cónsules. Posteriormente, en 1924, se actualizaron algunos de sus puntos, convirtiéndolo en el Tratado de Comercio y Navegación. Así se dio pie al desarrollo de una red de tratados y acuerdos que cubrirían intercambios culturales y educativos, cooperación técnica, comercio, navegación, servicios aéreos, inversión y turismo, así como muchos otros en temas específicos de interés común.
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